¿Cuál es la clave del éxito en los negocios? Si fuera tan sencillo responder a esa pregunta, perdería su significado la palabra emprendedor. Puesto que quien inicia un camino, nunca sabe realmente a dónde le va a llegar. Es un riesgo que siempre hay que tener en cuenta, dado que de cien que empiezan, muy pocos alcanzan la meta del éxito.
Lo que se puede aprender de aquellos que han triunfado es que, aparte de haber tenido suerte con su idea, le han dedicado dos factores fundamentales: tiempo y trabajo. Sin ellos, todo aquello que hagamos será en vano. Como decía el famoso violinista navarro Pablo Sarasate, he practicado catorce horas diarias durante treinta y siete años y ahora me llaman genio.
Y esa es, queridos amigos, la realidad. Por mucho plan de negocio que esbocemos, de capital que invirtamos, de estudios de mercado que realicemos y toda la promoción que nos hagamos, hay que tener presente que triunfar es un objetivo a largo plazo. A menos, claro está, que vayamos por la vía rápida como aquellos cantantes y grupos de los ochenta – conocidos como one hit wonders – que tuvieron un éxito comercial inmediato con un tema pero cuyo nombre ni los más melómanos son capaces de recordar.
¿Es, por tanto, un imposible, una quimera el triunfar? No tanto como pueda parecer. Ya lo decía la profesora de Fama; todos queréis la fama, pero la fama cuesta. Y hay que ser consciente de que montar un negocio no es, precisamente, un camino de rosas. O tal vez sí, puesto que esta hermosa flor también posee afiladas y dolorosas espinas en su tallo.
Si estamos dispuestos a realizar ese esfuerzo, ¡cuidado! No solamente de trabajo vive el hombre. Tenemos que observar atentamente los movimientos de la competencia para no quedarnos descolgados con respecto a ellos. A su vez, no podemos obcecarnos con la idea original sino que hay que tener bastante flexibilidad para amoldarnos a las necesidades y circunstancias externas que afectan al mercado. Un negocio no se construye con piedras, sino con gomas capaces de tensarse y fluctuar cuando la puesta en marcha se encuentre con los primeros obstáculos.
La economía ha reemplazado a las guerras de antaño. Eso se puede observar viendo cuál es el principal libro de cabecera de los ejecutivos: El Arte de la Guerra, de Sun Tzu. Los antiguos consejos militares del estratega chino han sido reciclados por los especialistas en administración de empresas, al igual que la obra de Carl von Clausewitz o Maquiavelo. Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a nuestros rivales en el campo de batalla económico y su lectura nos va a resultar de gran ayuda a la hora de reaccionar y anticipar los movimientos de la competencia.
De las principales lecturas que se pueden extraer del manual castrense es que un ejército bien organizado combatirá mejor que aquellos que, nunca mejor dicho, hacen la guerra por su cuenta. El yunque y el martillo de Alejandro Magno, las falanges romanas o la selección española de fútbol de este siglo son ejemplos de la importancia que tiene mantener un sistema definido a la hora de ejecutar un trabajo con garantías.
Otro factor que decanta la balanza en la contienda es el nivel tecnológico de que se disponga. La irrigación hizo poderosa a Babilonia al potenciar su agricultura. La navegación permitió a los fenicios y españoles disponer de ricos mercados más allá del horizonte. Inglaterra dio un golpe sobre la mesa con su Revolución Industrial y Alemania explotó los recursos de la industria química para dominar el campo farmacéutico. Estados Unidos desarrolló la electricidad, la producción en cadena y los ordenadores.
Por tanto, si podemos sacar algo en claro de la experiencia de la historia es que una óptima combinación entre el uso de la tecnología y una adecuada organización no otorga el éxito de primeras, pero sí que garantiza la supervivencia y posibilidad de desarrollo.
Y aquí es donde entra en juego la magia del éxito. El empresario no debe ser un prestidigitador, sacándose trucos de la manga para sortear los problemas, sino un director de orquesta bajo cuya batuta suene del modo adecuado la sinfonía de la empresa. Y lo que tiene que tener muy claro es que los vientos se soplan y las cuerdas se tañen. No recuerdo ningún concierto famoso en el que haya salido un hombre orquesta.
Y justamente ése era el problema con el que se enfrentaban las pymes y los autónomos antiguamente: la multiplicidad de funciones. El factor económico provocaba la necesidad de repartir las tareas inherentes al negocio entre sus trabajadores o encargarse él o ella mismo/a de acometerlas. Esa multifuncionalidad resultaba vital para llevar las riendas del trabajo adecuadamente. Desgraciadamente, resultaba contraproducente en cuanto a su efectividad. El trabajo tardaba más de lo necesario en cumplimentarse y la atención al cliente y el cuidado de la empresa se veían afectados por esa duplicidad.
Afortunadamente, ya no es el caso. Gracias a las nuevas tecnologías, se puede contar con un servicio de secretarias virtuales que, además de ser barato, ofrece la bendita posibilidad de crear orden donde antes habitaba el caos. Al liberar de esa tarea a sus empleados, se optimiza más eficientemente el tiempo de trabajo mientras los clientes y la empresa se benefician del trabajo de profesionales en el campo de la gestión y la atención.
Sin embargo, muchos permanecen reacios a incorporar esta impresionante ventaja competitiva en sus oficinas. España es un país impermeable a los cambios, bien por tradición o por desconfianza. Por culpa de ello el por qué nos hemos quedado en un segundo plano en el panorama internacional. Y esa actitud nos obliga a seguir buscando trucos para el éxito en lugar de implementar un sistema organizativo de trabajo más adecuado para los tiempos en los que vivimos.